Cuando en una pareja se ha dado lo que en el número pasado denominamos “el encuentro”, ya han tenido tiempo suficiente para irse adoptando el uno al otro, han hecho planes en conjunto para afrontar el futuro, ya han disfrutado plenamente lo de su intimidad, han logrado conseguir cierta estabilidad económica y emocional, y ahora se preparan para la llegada de los hijos.
La llegada de un niño requiere de espacio físico y emocional. Esto plantea la necesidad de reestructurar “el contrato matrimonial”. Se requerirá de apoyo mutuo para no perder el anclaje emocional entre ambos a pesar de la aparición de cada nuevo miembro.
Continuando con una situación ideal, diríamos que se deberá contar con la seguridad y cuidados para la nueva madre y su bebe, dado que esta nueva relación echara a andar un sinfín de nuevas funciones y operaciones al interior de la familia, y una gran cantidad del tiempo y cuidados de la ahora madre.
Todo lo hasta entonces vivido sufrirá cambios, desde la economía de la familiar hasta las relaciones sexuales, pasando por el tiempo dedicado al ocio y al entretenimiento, la convivencia con las respectivas familias de origen y los amigos, el sueño y el descanso y etc., etc., etc.
Desde el mismo momento de su embarazo la futura madre comienza espontáneamente a formar un nido emocional para su niño, por lo que se va sustrayendo del intenso mundo exterior y forma internamente imágenes, pensamientos, deseos panes para el futuro desarrollo de su hijo. Ella requiere de alguien que la apoye, la ayude y en cierta forma la proteja, situación que se requiere hasta el momento del nacimiento y aun varios meses después.
Todos hemos escuchado esta frase “no existe una escuela en donde nos enseñen a ser padres”, pero hay un lugar donde aprendemos muchas de nuestras funciones paternas, y ese lugar en nuestra propia familia.
Es necesario aprender el rol de madre de igual manera que el del padre, y para esto es indispensable la ayuda y el apoyo del compañero, al grado de intercambiar roles cuando sea preciso.
Es muy fácil utilizar el niño, ya sea para agredir a la pareja, o en espera de ver nuestros propios sueños en él.
La situación se complica en mayor o en menor medida, cuando la llegada es a causa de un embarazo no seseado o no planeado, o cuando no se podido acoplar cada miembro de la pareja del otro, o cuando no se ha logrado la estabilidad laboral, económica, social o emocional que se requiere.
Después de que los hijos han llegado la pareja tendrá que ocuparse del crecimiento físico y emocional de estos, todo esto en un clima de “relativa calma”, hasta que se presenta la nueva gran crisis en la familia: LA ADOLESCENCIA DE LOS HIJOS.

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